“Y como en tragedia antigua, un público invisible
Aplaude la furia y el arrojo del cante del trueno”
Parece que a veces el destino, en
su cruel devenir, es bondadoso. La última vez que estuve en mi pueblo con
voluntad de inspirarme para escribir algunos versos, el cielo decidió
oscurecerse y llorar. Esta vez, meses después, el cielo ha vuelto a sonreírme y
ha decidido expresarse en primitivo lenguaje conmigo. Esos dos versos que
podéis leer más arriba no son más que un extracto del poema que, gracias a la
ayuda inconmensurable de la tormenta, pude componer. En el poema hablo más
sobre la magnificencia de este hecho inmortal, que lleva sembrando el caos y la
felicidad por igual desde que el hombre posee entendimiento; es decir, que me
hago el poeta con palabras rimbombantes e intento captar, en vano, el
significado y la esencia de una tormenta “perfecta”. Los resultados han sido satisfactorios.
Pero aquí no he venido a hablar
sobre qué es, en esencia, una tormenta, no. En esta entrada quiero tratar más
sobre el pavor y el respeto que siempre ha infundado este elemento
climatológico sobre los humanos. Un pánico arcaico que nos acerca más a los
animales que a los humanos.
Hoy en día, con la cantidad de
medios tecnológicos que tenemos a nuestro servicio, una tormenta no es un
suceso que deba causar demasiada expectación; suponemos que después de una hora
de rugidos y relámpagos todo debe volver a la calma. En nuestra sociedad actual
hemos aprendido, o más bien, asimilado a la fuerza, que en ciertas ocasiones
podemos ser más destructivos o imponentes que la madre Naturaleza. Pero esto es
así porque, la mayoría, vivimos en nuestros castillos de hormigón, aislados de
cualquier peligro del exterior, sabiendo que ni el más resistente de los rayos
podrá hacer mella en la muralla blanca que nos defiende. Pero esto no siempre
es así –ni ahora ni en el pasado-.
Ahora mismo, mientras escribo esto, todavía puedo apreciar con mis oídos los últimos gritos de furia del cielo. Acabo de experimentar, en la sierra, una de las tormentas más fuertes que jamás he vivido –no hace falta decir que, las tormentas en montaña son más duraderas y ruidosas que en alturas medias o bajas-. Aquí, en contraposición a todas las casas que me rodean, también estoy sepultado en hormigón –encima de reciente construcción-. Pero, a pesar de esta sutil ventaja contra la inclemencia del tiempo, mis sentimientos han sido como los que un campesino del siglo XII pudo tener en este mismo lugar en el que me encuentro. Da igual que cierres las ventanas e intentes apartar la vista del infierno lumínico y sonoro que se está desatando fuera, es imposible aislarse del estallido. Durante un momento –porque me encantan las tormentas y siempre me gusta saborearlas desde fuera- he salido a la terraza de mi piso, con la intención de escuchar mejor el ruido de los truenos. Normalmente, en cualquier tormenta, no suelo asustarme o estremecerme, pero cuando, casi incluso antes que el rayo, el estallido de un trueno, de los más potentes que mis tímpanos han recibido, ha sobrevolado por mi cabeza, algo dentro de mí me ha dicho “métete dentro de casa que esto es serio”. Ha sido solo un segundo de inseguridad, pero la tormenta me ha asustado. Ruido de lluvia que ensordece y tapa cualquier otro ruido, resplandores cada cinco segundos en el cielo, pájaros que aturdidos vuelan juntos sin destino definido… naturaleza en estado puro; te sientes culpable de ser humano y romper la plenitud de perfección y naturaleza que se respira en esos instantes.
Esto me ha pasado a mí, en pleno
siglo XXI, con una educación media y con una edad en la que se me puede
considerar adulto. Poco después de ese suceso, me ha dado por pensar algo: ¿qué
pensaría, por ejemplo, un campesino de la Edad Media, temeroso de Dios y de
cualquier suceso, más o menos extraordinario? Es interesante replantearse qué
pensamientos podrían cruzar la mente de una persona así. Sí, lo sé, no eran tan
crédulos como para creer que se trataba de un castigo de Dios por sus pecados,
más o menos sabrían las causas de que el cielo gimiese y las nubes llorasen.
Pero hay que tener en cuenta que, en general, se trataban de personas simples,
con un intelecto en bruto y sin apenas preocupaciones más que las de sobrevivir
y vivir por su familia.
Hay que ponerse en situación:
vives en pleno siglo X. El lugar donde resides apenas sobrepasa el número de
veinte viviendas, se trata de un pequeño pueblo en mitad de las montañas,
aislado de cualquier camino o senda –y las capitales tampoco es que fuesen algo
demasiado lujoso-. Tu choza, pues más que casas eran chozas, apenas tiene el
espacio suficiente para resguardarte a ti y a tu familia. El techo está hecho
de adobe y las paredes de piedras que llevan demasiado tiempo ejerciendo su
cometido, pidiendo piedad. De repente, como rugido de lobo, un trueno rompe el
silencio de ese pequeño Edén, y poco a poco, un infierno se desata sobre tu
cabeza. No es una tormenta más, no, es La Tormenta. Intentad rememorar en
vuestras mentes la peor tormenta a la que hayáis asistido, exagerarla como
aprendices de poeta y meteros en las pieles de ese campesino de siglos pasados…
¿Qué pensaríais? Ya no es temor por Dios, es temor por la fuerza de la
naturaleza. Aquella que te da la vida en tu rutina, ahora se encuentra enfadada
y enojada contigo. El respeto por la naturaleza –que siempre debe estar
presente- en esos instantes deja de ser respeto y pasa a convertirse en temor.
La grandiosidad de ese suceso te embadurna por completo. Supongo que un miedo
primitivo, arcaico, te ahogaría por completo. Quizás llegarías a un estado de
“simpleza” animal donde tu razón brillaría por su ausencia, y tu raciocinio no
sería superior al de una golondrina asustada y mojada. Contemplar eso con tus
ojos, ver que en realidad somos ridículos al lado de la naturaleza, debe
mezclar en tu interior sentimientos de horror y de agrado.
No quiero pretender descubrir
todos los pensamientos que cruzarían por la mente de una persona así, vosotros
también podéis imaginar –seguramente mejor que yo- qué experimentaría una
persona en una situación como la descrita. Quizás exagerándolo todo resulte
mejor. Situando a esa persona en mitad de un bosque, alejado de todo origen
humano, solo con los animales del bosque, en la intemperie, a merced de los
designios de la naturaleza, su siglo X no parece tan lejano. En tales
circunstancias, creo que tanto un humilde campesino de tiempos pasados y un
empresario de tiempos modernos sentirían exactamente lo mismo. Creo que, ante
tal monstruosidad proveniente del cielo, el tiempo deja de existir, la
humanidad se esfuma y el pensamiento se derrite. Creo que en esta situación, la
naturaleza y su tormenta pueden romper el tiempo, convirtiendo a dos personas
separadas por siglos en el mismo animal asustado y aterrado. Creo que, en
definitiva, la naturaleza tiene tanto poder que es capaz de obviar el paso del
tiempo y unir elementos, a primera vista, tan distintos. La naturaleza, a
través de una “simple” tormenta, puede conseguir vencer al tiempo, algo que,
los humanos, jamás podremos alcanzar. Pero esto es algo obvio, nosotros somos
simples humanos, inocentes y mundanos. Y la naturaleza, eterna e impasible,
perspicaz observadora de todos nuestros pensamientos, creadora de todo lo que
existe, no es sino un verdadero Dios para todos nosotros; somos un juguete en
sus manos.
Lo siento si parece que exagero
en demasía el poder de una tormenta, pero estoy seguro de que, si alguna vez,
en mitad de la nada, una tempestad cruel e indomable hace acto de presencia,
quizás podáis comprender mejor qué quiero decir. No busco que penséis igual que
yo, tan solo que respetéis el inmenso poder que algo tan normal como una
tormenta puede llegar a poseer y que penséis, que no es poco. Tal vez podáis
apreciar como yo que, las tormentas, pueden atravesar la frontera inalcanzable…
las tormentas, pueden romper la barrera del tiempo y llevarnos a otra época,
intemporal, donde los temores siempre han sido y serán iguales en todos los
humanos. Las tormentas, pueden llevarnos a otro lugar, un lugar donde el paso
del tiempo no rige, donde el tiempo, siempre dueño de nuestras vidas, no tiene
poder alguno…
Gracias por leerme. Espero que al
menos os haya entretenido esta entrada y que, con suerte, haya sido de vuestro
agrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario