viernes, 12 de diciembre de 2014

Vuelva usted mañana, que ya si eso...

Larra tenía mucha, mucha razón, eso todos lo sabemos. Pero lo que me preocupa de veras es que tantos lustros y décadas después sus palabras sean tan actuales como en aquel entonces. Que estamos rodeados de incompetentes y holgazanes es un hecho, es algo inherente al género humano, pero lo que uno no se espera es encontrarse de repente con todos esos incompetentes en una sola mañana. No les culpo por ello, todos tenemos días malos de vez en cuando, somos humanos. Si cada "accidente" me hubiese sucedido en días distintos, no lo hubiera tenido tan en cuenta, pero cuando esa incompetencia, casi por designio de los dioses, decide aparecerse en apenas una hora, es más, cuando toda esa incompetencia te permite escribir un texto relativamente largo como es este mientras haces tiempo, indica que algo marcha mal en esos negocios...

Me abstendré de poner nombres, no es mi intención hacer mala publicidad de lugares en los que normalmente el trato y el servicio son aceptables. Eso sí, los habitantes de Logroño, queriéndolo o no, captarán a la primera los sitios a los que me refiero. Y sí, esto es una versión mala del Vuelva usted mañana del genio Larra, pero qué culpa tengo yo de haber sufrido las mismas penurias que sufrió él en su día.

Esta mañana pretendía gastarla en comprar los muchos regalos que tengo que coger para familiares y amigos -la Navidad está a la vuelta de la esquina y por desgracia uno tiene que gastarse un dineral en presentes, aunque luego merece la pena por ver tan solo la ilusión en sus rostros-. Ya en el día de ayer gasté un poco de tiempo en la primera tienda pidiendo un libro. En un principio me dijeron que no había problema alguno, que lo tenían en otro establecimiento y el único esfuerzo que se veían obligados a hacer era traerlo hacia esa tienda en particular. Aunque la chica que me atendía tuvo unos cuantos problemas para localizar con exactitud en qué tienda se guardaba el libro, al final lo consiguió, y me pidió que volviera al día siguiente sobre eso de las 11:00. Sin problemas, todo marchaba correctamente. Lo único que tenía que hacer el día siguiente al salir de la universidad era pasarme por la tienda, decir mi nombre, sacar la cartera, coger las vueltas y el ticket y marcharme -dos o tres minutos como mucho-, pero claro, el día siguiente no era mi día...

Hoy, nada más entrar en la tienda y esperar un poco a que me atiendan, he dicho mi nombre y han empezado a buscar mi libro. No aparecía. Ya con la caja vacía, la dependienta ha intentado encontrarlo a través del cartón, Al ver que, en efecto, no estaba en la caja vacía, ha llamado a la otra tienda para comprobar si el pedido había salido ya. Sorpresa, el libro tampoco estaba en esa tienda. Después de rebuscar otra vez en la caja vacía, ha vuelto a llamar a otra tienda para ver si estaba en esa -la primera vez se ha confundido de tienda-, y sorpresa, tampoco se encuentra disponible en la tercera tienda. Mi libro ha desaparecido, Iker Jiménez, chat ya. Todo este trámite ha durado unos quince minutos largos, cuando se suponía que mi libro iba a estar ya ahí. Tras otra intentona de encontrarlo en algún lugar del mostrador, la dependienta me ha pedido que le dé mi número de teléfono para llamarme cuando lo encuentren, Yo, confiado que soy, se lo he dado y he estado atento al teléfono gran parte de la mañana.

Como tenía otros recados que hacer, no he querido quedarme esperando en la puerta a que me llamaran, así que he cogido mi bicicleta y he ido a la siguiente tienda. Después de candar con cuidado la bicicleta a una señal de tráfico, he ido a entrar en la tienda, cuando, de sopetón, me encuentro con una pequeña nota en el centro de la puerta. La nota dice lo siguiente:

Volveré en 10 minutos.
Para algo urgente, llamar al *********

Genial. Como tampoco se trataba de una urgencia he tenido que esperar sentado en la entrada durante un rato. Gracias a Dios la nota tenía razón y en diez minutos ha aparecido. Eso sí, sé cuánto tiempo he estado yo esperando pero no cuánto tiempo ha estado la nota pegada a la puerta. Dentro todo ha ocurrido de forma normal y no tengo queja alguna. El regalo le encantará a la persona a la que va destinado.

Después de comprar ese regalo, al ver que todavía no recibía llamada alguna y que había un bar bastante cercano con precios sugerentes, he entrado en él. Pobre de mí. Nada más entrar, doy unos pocos pasos y me detengo en el mostrador para pedir. El tiempo pasa y nadie me hace caso. Soy un naufrago indignado con la gente en mitad de un bosque de barriles de cerveza. El camarero o dueño del bar, lo desconozco, ha estado unos quince minutos rehaciendo la cuenta de unas clientas pues no le salían bien los números. El colmo de los colmos, he tenido que ver cómo eras las clientas las que hacían la cuenta y cogían el dinero correspondiente, mientras que una señora mayor comentaba la jugada en voz alta. Después de esto, el señor me ha atendido. Buena pinta y con dos pintxos de regalo, por la espera supongo. He cogido todo esto y me he sentado en una mesa, solo, pinta en la siniestra y bolígrafo en la diestra, para hacer tiempo y recibir la ansiada llamada. Mientras esperaba se me ha ocurrido escribir un poco sobre todo lo que me estaba ocurriendo -esto que podéis leer ahora-. Mientras escribía he tenido que soportar a los parroquianos hablar sobre política de una manera un tanto ruidosa. De verdad, todo lo que me estaba sucediendo era esperpéntico. Tras un buen rato escribiendo, cojo mi teléfono y veo que hay una llamada perdida. Llamo y confirmo que es la primera tienda. Una hora y media, casi dos, después de haber ido, me hacen una perdida -la llamada no ha sonado, y si lo ha hecho, ha sido de forma muy breve- para que yo les llame. Me cogen y me dicen que en efecto el libro estaba ya en la tienda y que puedo pasar a recogerlo. Como comprenderéis las dudas que inundaban mi cuerpo eran considerables, para nada me fiaba que el libro estuviera allí. Pero sí, al final esto es una historia con final feliz, y aunque la dependienta ha tenido que preguntar dónde estaba el libro, lo ha encontrado y he podido llevármelo a casa. 

Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza (...)

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