viernes, 28 de agosto de 2015

Abogado del Diablo: palabras aceptadas por la RAE

Estreno una nueva sección para el blog: Abogado del Diablo. Siempre es interesante defender causas perdidas o posiciones contrarias a las tuyas; es un ejercicio de abertura de pensamiento que permite ir más allá de lo que normalmente puedes observar o creer. Y sobre todo es útil para cerciorarse de que el mundo no es de una sola forma, sino de múltiples y variadas, tantas como humanos existen. Esto puede dirigirnos a una afirmación preocupante; nada es realmente como creemos que es. Causas perdidas y pensamientos denostados por la sociedad hay de forma incontable, por lo que espero que esta nueva idea sea fructífera en entradas y dé buenos pensamientos. Sobra decir que mis reflexiones internas, lo que siento dentro en verdad, realmente pueden llegar a ser las contrarias a lo defendido, ahí está la gracia, al menos desde mi punto de vista, de estas entradas, defender pensamientos antónimos a los míos.

El hecho que me inspiró para idear esta nueva sección fue el amplio rechazo que sufren las nuevas palabras admitidas por la RAE como correctas. Ejemplos de estas palabras pueden ser almóndiga, asín, murciégalo, cameo, dron, precuela, hipervínculo, choni, link y un largo etcétera que seguro no es necesario poner por aquí.

A primera vista no tiene por qué ser nada malo que la RAE, a medida que nuestro idioma se hace más rico y extenso, decida admitir ciertas palabras con un uso bastante extendido en la población. Lo que ocurre es que gran parte de los hablantes piensan que admitir esta serie de palabras embrutecen o envilecen nuestro idioma aun más. Pero, por muy "barriobajeras", mal escritas o extranjeras que sean las nuevas palabras que entran a nuestro diccionario oficial, no hay que olvidar que las lenguas son realidades que evolucionan e irremediablemente tienen su reflejo en la población. Los diccionarios, sobre todo los oficiales como el de la RAE, tienen el objetivo de realizar un registro vivo de los usos de nuestro idioma que tengan un mínimo de extensión en el mismo, Y aunque duela, si esas palabras son introducidas en estos registros es debido a que un número importante de ciudadanos las utilizan de forma corriente como sustitutos a otras, o a entidades que anteriormente carecían de nombre en nuestro idioma. En este caso no impera la ley del más docto, impera la ley de la pérfida y dura realidad.

De qué nos sirve mantener un idioma impoluto si no es capaz de representar la totalidad, o lo humildemente posible, de lo que le rodea, uno de los objetivos predilectos de cualquier lengua que se precie. Cierto que podríamos inventar nuevas palabras para las nuevas realidades y no inundarnos a base de anglicismos varios, pero de nuevo incurriríamos en el error de ir en contra de la sociedad, que es la que dicta el idioma en la mayoría de los casos. Y de qué nos sirve mantener unos diccionarios impolutos si no reflejan la realidad del idioma al que se supone explican y guardan registro. Y decido no extenderme en demasía en el hecho de introducir vocablos como "litrona" o "choni". Asentir que son demasiado míseras o de "bajos fondos" es pecar de elitista y afirmar que ciertas existencias tienen mayor derecho a ser palabras gráficas aceptadas; algo absurdo.

Comprendo que haya personas que se echen las manos a la cabeza al observar que palabras mal escritas, con terribles errores ortográficos, aparezcan como correctas en el diccionario que se supone es la cumbre intelectual, por así decirlo, del español. Pero no hay que encerrarse en un punto de vista. Un idioma es un elemento extremadamente maleable, cambia tanto como lo hacen las sociedades, y errores ortográficos pueden pasar a convertirse en un consenso popular y posteriormente en realidades. De hecho una de las formas en las que un idioma varía es con estos errores que acaban por hacerse universales. Para poder ejemplificar esto de una forma más sencilla solo me hace falta hacer uso de palabras que han cambiado su forma escrita a base de escribirlas erróneamente, pasando a ser posteriormente lo estándar y aceptado:

  • La palabra "ojos" antaño tendía a escribirse como "oios". Alguien decidió que era buena idea, quién sabe si por su pronunciación personal o la real entre sus congéneres, escribirla con una sonante y española "j". 
  • Esta es de acentuación. El nombre de "Pericles" antaño era pronunciado como "Péricles", pero por influencia francesa, aun siendo incorrecto, acabó por aceptarse el palabro como correcto.
  • Esta es una aportación de mi santa madre. La palabra "bofo", aunque no os suene, existe. ¿Qué es? simple, una variante aceptada, y supongo dialectal, de la palabra "fofo". Podéis buscarlo en Internet, no me lo he inventado.

Y otros ejemplos más sonados y por consenso como el convertir muchas "f" a principio de palabra a "h" mudas -debido a que el uso REAL de las palabras era con la omisión de dicha letra- o algunos plurales en principio mal pronunciados pero ahora aceptados. El español, como otros tantos idiomas, está plagado de errores que han pasado a ser sucesos tácitos y de mutuo acuerdo entre gramáticos y hablantes. Es necio pretender establecer unos cánones inamovibles en las gramáticas de los idiomas, pues sería afirmar, equiparando un idioma a una sociedad, que una comunidad se mantiene inmaculada por los siglos de los siglos y que encima esta no se inclina por el cambio.

En definitiva, hay que entender bien el objetivo del diccionario de la RAE y de la composición real de un idioma. Asumir que una gramática debe permanecer inamovible como una montaña es pretender hacer en esa misma montaña un túnel con una cuchara. Si deseamos recoger, objetivamente, la actualidad de un idioma, tenemos que asumir que palabras de muy distintos sustratos deben ser introducidas para el buen ejercicio de nuestra gramática. Elitismos varios no tienen cabida en un ámbito donde lo global se superpone a lo individual y donde lo colectivo triunfa sobre lo más ilustrado. Nuestro idioma somos todos nosotros, y todos somos partícipes del devenir del mismo.

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