jueves, 26 de noviembre de 2015

Pobre sentido común

El sentido común está de luto desde el nacimiento del ser humano. Mejor dicho, está de luto por sí mismo, pues nosotros hemos sido los responsables de su funesta muerte. Desde nuestra aparición jamás la paz hizo acto de presencia, y la guerra se formó gracias al falso sentido común que decidimos imponer. Esta nueva conciencia universal, que ha ido cambiando de disfraz con cada generación, genera diferencias que nos hacen ser ciegos que claman ver la luz. De hecho, nunca un sentido común nos ha sido tan diferente e inusual, y sobre todo, tan ajeno y tan diferenciador. La conciencia colectiva está compuesta de neuronas que deciden independizarse las unas de las otras, creyendo en vano que están en lo correcto y, que de hecho, podrán vivir en la más plena individualidad. Somos girasoles que creemos poder vivir sin el sol, y que con la sombra del mismo nos bastará para subsistir. Somos besos que creen no necesitar unos labios para poder existir. En definitiva, somos humanos que creemos no necesitar de nosotros mismos. Y esta tónica continuará hasta que el último de los seres humanos, junto a sus últimos suspiros, comprenda que jamás se nos fue dada la capacidad del sentido común; era algo demasiado puro para una especie corrompida como la nuestra.

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