jueves, 9 de julio de 2015

Sic transit gloria mundi ... y nosotros mirando al móvil

Sé que voy a parecer un fetichista de las tormentas, quizás lo sea, pero hay algo en ellas que me inspira de una forma indescriptible, aunque hay que decir que en esta ocasión mis reflexiones no serán demasiado elevadas, de hecho, se quedarán bastante pegadas al suelo; serán más mundanas, aunque no por ello menos interesantes. Hace unos pocos días en Logroño apareció una tormenta nocturna bastante potente, de esas que dejan impresión aun teniendo en cuenta lo veloz que sobrevuelan tu ciudad. Digo apareció porque en menos de cinco minutos el techo del mundo se oscureció en plena noche, sí, no es un intento de metáfora de aspirante a poeta mediocre, sucedió así; llegó como, nunca mejor dicho, caída del cielo. Apenas se extendió durante veinte minutos siendo generoso, aunque su ímpetu era digno de recordar. Como ya sabréis la mayoría de los que os dignéis a leer esta entrada, tengo afición a subir vídeos a Youtube, de cualquier cosa, y mi lógica interna me llevó a la conclusión de que era buena idea grabarla para subir posteriormente un pequeño vídeo a Internet, cosa que ha acabado siendo una realidad. Por último sobra añadir a todo esto que, como he dicho al principio de este párrafo, siento verdadera adoración por las tormentas, y me encanta observarlas y deleitarme con ellas; es algo que en verdad me llena.

Tras unos pocos minutos acurrucado al lado de la ventana, en pleno éxtasis de la tormenta, decidí comenzar a grabar. Todo era normal -dentro de que a mis veinte años parecía un niño pequeño viendo a su ídolo-. Pero, a medida que estaba grabando, me dí cuenta de que ese espectáculo que me estaba brindando la naturaleza no lo contemplaba a través de mis ojos, sino que era la pantalla de mi teléfono móvil la encargada de servir como luceros digitales. Me sentí decepcionado conmigo mismo, pues siempre ando recriminando a la gente y a la sociedad en general ese abotargamiento táctil que siempre padecen, padecemos visto lo anterior. ¿Cómo es posible que decidamos vivir un momento a través de una diminuta pantalla y no con todos nuestros sentidos inflamados por la emoción? ¿De qué nos sirve grabar algo si en directo perdimos la oportunidad de sentirlo? Comprendo que queramos mantener un recuerdo, más o menos intacto, de eso que estamos viviendo, pero JAMÁS un vídeo podrá ser considerado un recuerdo. Por mucho que sientas viendo ese vídeo, los recuerdos tienen junto a las imágenes mentales un sin fin de sensaciones imposibles de encontrar en un frío vídeo. Es imposible comparar la satisfacción de experimentar ese suceso de primera mano, de forma plena, a verlo a través de una pantalla con toda nuestra atención dirigida a que "no se desenfoque ni se mueva demasiado". Un vídeo jamás podrá ser un recuerdo, el vídeo pierde demasiados factores esenciales a la hora de crear un recuerdo, al igual que no será semejante el amor que sientas hacia una persona cuando esta te traicione de forma considerable. Y tampoco es factible el intentar vivir el momento y grabarlo; si tu atención se desvía aunque sea solo un poco, ya nada será lo mismo, no conseguirás hechizarte como lo harías sin ningún entretenimiento de por medio. Por eso los grandes recuerdos, me aventuro a decirlo, no los tendréis grabados, al menos así es en mi caso. O si los tenéis grabados, los vídeos resultantes no fueron tomados desde alguna de vuestras manos. Esos son los verdaderos recuerdos, aquellos en los que estás tan ensimismado en lo que está ocurriendo que olvidas al completo lo que sucede alrededor; simplemente quieres impregnarte de ello y regocijarte. Esto se extrapola a casi cualquier situación. Yo he puesto el ejemplo de la tormenta que viví hace unos días, pero podría haber ejemplificado con una persona grabando un concierto al completo o un turista que se limita a echar fotos a los cuadros de un museo sin prestarles verdadera atención. Hacer cosas como las anteriores es arrebatar el alma a esas actividades. ¿De qué te sirve tener la foto de la famosa Gioconda si no os habéis podido mirar fijamente, apreciar la magia de su mirada y de su sonrisa? ¿De qué te sirve grabar el concierto al que estás asistiendo si no puedes levantar los brazos y dejar llevarte con la magia de la música en directo?

No creo que esto se trate de un dilema entre una cosa u otra, los dilemas aparecen cuando ambas opciones son equiparables en sus consecuencias y beneficios, y humildemente creo que en esta ocasión las consecuencias distan mucho de ser semejantes. Tanto los beneficios como los resultados de estas dos formas de vivir la vida se separan en caminos muy distintos. Es como el mal doblaje de una película... puede convertir una gran película en una bazofia. Cada cual puede pensar lo que quiera, pero es indiscutible que cada vez notamos más esta cadencia en nuestra sociedad actual. Queremos, de forma egoísta, mostrar a los demás lo magníficos que somos enseñándoles lo que hacemos en todo momento, olvidándonos de disfrutar en el momento en sí; realizamos todo teniendo en mente que debemos, como una imposición personal, evidenciar lo admirable de nuestra persona. Hay que evitar ser egoístas en esta vida, pero son estos momentos en los que no tenemos que pensar en los demás y limitarnos a disfrutar, no ser dependientes de la atención que nos brinden los demás. No es una petición para erradicar de la tierra vídeos y fotos en eventos importantes para nosotros mismos, sino una recomendación de guardarnos en el bolsillo de vez en cuando el móvil o cámara para poder exprimir de verdad eso que está ocurriendo en frente nuestra, una petición de no ser ciegos que fingen ver a través de una pantalla.

Espero que os haya gustado esta pequeña reflexión, y sobre todo, os haya resultado entretenida. Muchas gracias por leerme y hasta la siguiente ocasión.

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